viernes, 21 de enero de 2011

La isla de los espíritus

La isla de los espíritus es uno de los primeros libros que Bibliópolis editó en su colección histórica. Publicada hace ya varios añitos la compré en cuanto salió, pues me confieso fan declarado de todo lo que tenga que ver con la cosmogonía celta, pero por unas causas u otras, fue quedando en el olvido y hasta ahora no me la he podido echar al careto.

La historia transcurre entre los años 30 y 60 d. C., en Britania, una tierra que Julio Cesar intentó conquistar por dos veces. En esta ocasión, el emperador Claudio desembarca con sus tropas en esta isla alejada de Roma con la intención de subyugar a las tribus bárbaras que la habitan.
Tras la muerte del rey Cunobelin, su hijo Caradoc toma el control del pueblo belga, y con la ayuda de sus primos Beddyr y Morag, y su amigo, el príncipe de los cantios, Gwyndoc, prometen luchar contra los romanos con todas sus fuerzas. Pero tras la primera batallas importante, los romanos conquistarán Camulodunum y los belgas se verán obligados a huir y liderar la resistencia, pero las rencillas internas en el grupo les jugarán malas pasadas, y Caradoc y Gwyndoc se enemistarán definitivamente.
Ambos permanecerán fieles a sus ideas y odiaran a los romanos, pero la brecha abierta entre ellos será tan grande que debilitará la fuerza de las tribus celtas.

En un principio la historia me resultaba sosa, y a medida que avanzaba la narración la trama iba quedando reducida a un grupo de celtas que huían de los romanos, o de los rumores de romanos, mejor dicho, ya que se escucha como un leve ruido de fondo; tan sólo el lírico estilo de Henry Treece, nada recargado y con la maña de un trovador me parecía interesante. Y no fue sino éste hecho, hacia la mitad del libro, lo que me hizo cambiar mi percepción del libro y leerlo como si de una vieja leyenda de Mabinogion se tratará, pues al final, si bien es cierto que el trasfondo histórico está muy presente, la historia de Gwyndoc se presenta como una leyenda al estilo de las antiguas baladas celtas; en la que observaremos a un héroe que a pesar de sufrir la más grave humillación por parte de su rey, le mantendrá lealtad eterna. Un héroe que abandonará todo por amor pero, cuyo honor, y la pasión que profesa por su modo de vida, acabarán imponiéndose a todo.
De este modo, la novela se convierte en una obra que pide mucho al lector, pues ha de meterse en este mundo oscuro y a la vez fantástico de las viejas sagas celtas y disfrutar de su lirismo, su sencillez y, al mismo tiempo, su dureza, de un modo diferente al que uno se somete al leer una novela de índole más actual.
Treece crea unos personajes con mucha vida, casi de carne y hueso y, de este modo, no podemos sino llevarnos las manos a la cabeza
al ver la impía actitud del caudillo belga hacia su honorable vasallo, y como éste acepta lo que le traiga el destino.
Pero a mi modo de ver, el proceso creativo de los personajes es, en esta novela, un arma de doble filo, pues por un lado constituye uno de los puntos fuertes de la novela, pero por el otro parece que Henry Treece ha extraído las estereotipadas características de estos pueblos a las que el folklore histórico nos tiene acostumbrados y, así, tenemos a los irascibles y siempre beligerantes Morag y Beddyr; al orgulloso Caradoc; al honorable y leal Gwyndoc; al místico Bydd; a la sangrienta y astuta Cartismandua; o a la gran mujer Igerne, por ejemplo. Todos ellos conformarán una historia que brilla principalmente por sus personajes y por su poder de atracción narrativo, ya que el autor sabe jugar muy bien con las palabras, para mostrarnos un mundo armónico y lleno de luz y color donde, como en la casa de GH, los más altos valores y la emociones más profundas se magnifican, y no tanto por la propia trama que, si bien respeta en líneas generales los hechos históricos, podría haber resultado mucho más suculenta.
Cabe destacar el gran final de la obra. Un final triste, pero perfecto teniendo en cuenta el cariz que iba tomando la vida de Gwyndoc. Un fin similar al ocurrido en cierta historia escocesa.
También mencionar la excelente traducción de Carlos Gardini, que consigue hacer música con las palabras de Treece.

En definitiva, una novela muy satisfactoria pero que exige atención y constancia por parte del lector.

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