sábado, 18 de agosto de 2012

El antropólogo inocente


A la vista del fracaso que había supuesto Wadzek en mi intento por leer algo que me hiciese reír me lancé a por una recomendación con la que me dijeron que era fácil carcajearse, El antropólogo inocente, de Nigel Barley. Tras informarme y descubrir que se trataba de una novela al estilo de las de Gerald Durrell, me hice con ella al instante. De nuevo se trata de un buen libro pero huelga decir que mis aspiraciones volvieron a resultar insatisfechas.

Como en todos los campos, la antropología ha sufrido cambios substanciales en lo que a propedéutica se refiere. Frente a los más conservadores, que abogan por el trabajo de campo como base científico de la materia, se encuentran los modernos antropólogos que rinden pleitesía al saber teórico.

El antropólogo Nigel Barley, a caballo entre ambos, decide realizar un estudio de campo como complemento a su saber teórico y sentirse así un verdadero antropólogo. Para ello, y tras analizar diversos pueblos, decide estudiar al pueblo Dowayo, en el corazón de Camerún.
Tras la burocracia británica para embarcarse en tamaña disciplina, se encontrará con la burocracia africana, tanto o más férrea y cerrada que la británica.
Una vez en el país Dowayo comprobará que todo no es tan sencillo como tenía en mente, y que tendrá que entregarse al pueblo dowayo, pese a saber que no debe inmiscuirse, para aprehender todo lo que pueda de su cultura.

Al igual que hiciera Gerald Durrell con la zoología, Barley intenta acercarnos al académico y, a mi parecer, hermético mundo de la antropología. Para ello nos narra un estudio real pero de forma amena y lúdica a la par que educativa.
El estudio está relatado con los datos y vivencias reales del autor, desde dentro, haciéndonos ver la realidad de otro tipo de trabajos, con todos los quebraderos de cabeza e inconvenientes que representan y mostrándonos los buenos momentos como simples minucias para el hombre civilizado.

Barley no escatimará en detalles y nos mostrará la cultura dowaya desde un punto de vista imparcial, no desde el del erudito que todo lo sabe o aprende y lo narra a posteriori, sino desde el mimo momento, mostrándonos las incógnitas que se plantea el estudioso y el modo deductivo con que intenta acceder a su respuesta.
Hay un par de momentos realmente buenos, como el de su visita al dentista como consecuencia de un accidente que le rompe los dientes pero, en general, a mi modo de ver, no consigue la carcajada ni tiene la capacidad de Durrell para llevar al lector en volandas a través de experiencias siempre con una mueca sonriente.

En general ha supuesto una obra entretenida que me ha hecho acercarme más a este exclusivo y, para mí, desconocido mundo pero, de nuevo, no he conseguido la risa que buscaba. Tal vez en esto hay tenido que ver el que con la recomendación que me habían hecho, mis expectativas eran muchísimo más elevadas y esto me haya decepcionado. ¡Ay, cuanto daño hacen las recomendaciones! ¡Espero que vosotros no hagáis ni caso de lo que dice este blog!
Lo que tengo claro es que paro por un tiempo en mi intención de leer algo gracioso y durante los próximos meses me dedicaré a otro tipo de lecturas pendientes.

En definitiva, un buen libro que se aproxima a un buen entretenimiento educativo.

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