lunes, 16 de mayo de 2016

En el museo del perro está escondido "el Miracle"

Me encanta Jonathan Carroll. Siempre me ha encantado, desde que hace bastantes años ya, leí The bones of the moon. Desde entonces, intento leer alguna novela suya todos los años pero, las dos últimas, Los dientes de los ángeles y éste El museo del perro han bajado su nivel en mi mente. Los dientes de los ángeles me gustó, pero poco más. En El museo del perro he empezado a ver que lo que siempre consideré, y me fascinó, como sentido de la maravilla, son en realidad patrones que se repiten en muchos libros y que acaban dejando mensajes de autoayuda en clave fantástica, o eso me ha parecido esta vez.  Si es así, he tardado demasiado en darme cuenta, tal vez, por que, como he dicho nada más empezar, me encanta Carroll.
Por este motivo, y aunque el libro me ha parecido aceptable, se me ha hecho un poco cuesta arriba y he tardado más de lo que esperaba en leerlo, lo que me ha llevado a dos fines de semana en lugar de uno y, por tanto, a dos botellas de vino en lugar de una: Bora, una garnacha del Somontano; y El Miracle, una garnacha tintorera de Valencia. Como no quiero ser muy pesado, e imagino que a la mayoría de los que leen este blog, el vino se la trae al pairo, solo daré mi opinión del vino valenciano. Un libro, un vino. Si, por un casual, alguien quiere que le diga que me ha parecido el otro vino, que me lo diga y punto.

El museo del perro nos narra la historia de un famoso arquitecto al que se le encomienda la construcción de un museo en homenaje al conocido como "mejor amigo del hombre": el perro. Pero habrá de construirse en un lugar diferente al del país de origen del promotor, Saru, que se encuentra sumido en una guerra civil.

Como siempre, la escritura de Carroll resulta engañosamente fácil de leer. Las frases nos envuelven como si de una conversación en tiempo real de nuestro entorno se tratase. Con una fluidez y ligereza absolutas, parece que se escriba, y lea, sin ningún esfuerzo. Pero poco a poco vemos que se van incrementando las particularidades y los foros de interpretación.
Se trata, como casi siempre, de una historia de personajes, en la que estos dan el do de pecho por encima de la propia trama de la novela. Todos ellos resultarían sumamente interesantes si no fuera porqué, como he dicho, empiezo a observar un patrón característico en las obras de Carroll. Todos los protagonistas de sus novelas se encuentran en un estado de indefensión psicológica, están perdidos en algún punto de su vida y su futuro es indeterminado. Y siempre aparece la figura aleccionadora que los instruye y redirige espiritual, moral y personalmente, pero siempre en un ámbito religioso. Normalmente suele ser un personaje algo místico: un espíritu, fantasma, e incluso una manifestación de Dios o de la Dama de la guadaña. En esta ocasión, el personaje de Venasque me ha resultado tan conocido que no tengo claro (no recuerdo) si no sale en alguna novela anterior con el mismo nombre y cumpliendo el mismo cometido.
Por supuesto el amor es una tema que también tiene cabida en la literatura de Carroll y, ahora comprendo, que es lo más normal del mundo teniendo en cuenta la vena religiosa de sus obras. En esta ocasión el protagonista juega con el amor de dos mujeres, pudiendo perder, como es normal, a las dos.
Por cierto, la ubicación geográfica también se repite en las novelas de Carroll: debe estar enamorado de su país de acogida, pues no hay novela suya en la que Viena no tenga cabida.
Aunque bueno, eso también se podría decir de los compañeros de los libros de las reseñas de este año, siempre cumplen el cometido que espero de ellos: disfrutar el momento ideal. El archinombrado Carpe Diem, me viene a la mente en este instante. El placer del vino con un buen libro me resulta impagable.
En esta ocasión he dicho que voy a hablar del vino de la Bodega valenciana Vicente Gandía, El Miracle by Mariscal. Como en la reseña anterior, se trata de un varietal de garnacha tintorera. Concretamente  de la añada 2011 y con un precio fantástico teniendo en cuenta la calidad, 6 euritos nada más. 
Vemos un color rojo cereza con ribete color granada y una lágrima gruesa descender por la copa al agitarla. No reconozco ningún aroma al olerla, pero me gusta (sí, lo sigo intentando. Qué pasa). 
Al probarlo noto una marcada acidez, no fuerte, sino muy alegre. Taninos carnosos y un fuerte sabor a fruta negra madura, acompotada,  y notas a especias, clavo o comino tal vez. Es un vino complejo  que, teniendo en cuenta mi inexperiencia, no soy capaz de definir, pero reconozco que me gusta mucho. Sobre todo la acidez y las notas a cacao y regaliz finales que quedan en la garganta cuando se va apagando el sabor.

Pero bueno, continuemos con la novela. Es cierto que intenta ser ejemplarizante, pero resulta demasiado aleccionadora a mi modo de ver. Ante un protagonista estereotipado que cumple todos los requisitos de una personalidad antisocial (rico, arrogante, presuntuoso, mujeriego, exitoso, etc.) se nos muestra una novela plagada de mensajes encaminados hacia un personaje menos materialista, más humano, mejor persona en el sentido católico del término.
A pesar de todo resulta interesante el trasfondo de la novela: la trama de la guerra civil de Saru y el consiguiente traslado de la ubicación del museo del perro, aunque la problemática surgida por la multinacionalidad de los obreros me parece algo forzada. 
El asunto de la guerra civil se convertirá también en mensaje acerca del odio intercultural, interracial,  o de cualquier otro tipo, y la petición de paz es clara por parte de Carroll al conseguir trasladarla de su lugar de origen a la ubicación de destino del museo, pese a encontrarse en el corazón de Europa. 

Tengo claro que no me ha gustado el final de la novela. El motivo "verdadero" de la construcción del museo está hecho para concordar con esta religiosidad de la que hablo y me parece tan irreal que lo chafa todo, en mi opinión.
No puedo, sin embargo, quitar el mérito a su estilo, ni a la creación de sus personajes ni a los ambientes, tan bien recreados que nos hace sentir allí. Evidentemente todo esto también ha de ser volcado al idioma del lector, y hay que felicitar la labor de traducción de Manuel de los Reyes, que es quien en realidad consigue que la pluma de Carroll surja tan fluida en castellano.

En definitiva, es una buena novela, como todas las de Carroll, no me cabe duda, quizás en otro momento me hubiese gustado más, pero algo no ha terminado de convencerme. Tengo en la recámara El fantasma enamorado para darle un tiento más adelante, a ver que tal.
En esta ocasión he de reconocer que me ha gustado mucho más el vino que la novela, pero aun así no puedo dejar de recomendar a Jonathan

Carroll. La novela no me convence pero el autor es un imprescindible de la fantasía.
Por cierto, el vino es una gozada. Supongo que ya os lo imaginabais.

domingo, 8 de mayo de 2016

Tworki y Laya, compañeros en la locura

El libro que os comento a continuación fue una lectura de arrebato. Una lectura que ni conocía ni tenía prevista pero que, ojeando las estanterías de la biblioteca, me sorprendió su título sobre un lomo de Acantilado. El subtítulo "El manicomio" hizo que automáticamente lo cogiese para ver de que trataba. De ahí, a llevármelo a casa fue todo uno.
Con el vino de acompañamiento sucedió algo parecido. Tenía referencias de un hermano mayor, Alaya, que había sido considerado como el mejor vino de España por la app móvil Vivino, el año pasado, pero como no me apetecía gastar veintipico euros en un vino, me avine a su hermano más joven, Laya, que aquí os presento en sociedad literaria y de cuya denominación de origen era la primera vez que probaba un vino.

En ambos casos el regusto ha sido bueno, pero agridulce. En el caso de Tworki, se trata de un libro al que cuesta entrar, en el que es fácil perderse y con el que, según el tipo de lector que seas, puede que no llegues al final del camino; en el caso del vino, creo que se trata de algo más puntual, pues algo en el sabor me decía que el vino estaba un pelín picado.

Tworki, de Marek Bienczyk nos narra la historia de un contable de dicha entidad, un manicomio en Polonia, en plena guerra que llegó a estar bajo dominio nazi.
En mi caso fue muy fácil quedar atrapado. Bastó el primer párrafo para quedar enamorado de la poética prosa de Bienczyk. 
"Es del fondo de mis párpados fríos, del nacimiento mismo del río que han venido al mundo estas palabras. Sí, al principio fue la escritura, no muy bonita, las letras demasiado altas, apretadas, negándose el espacio, conteniendo el ímpetu de las frases. Uno podría decir: no se dan prisa las palabras en llegar al punto, otro: hay algo que las retiene; y todos, sin duda entre ellos yo mismo: querrían volver atrás, dar la vuelta, pero ya no pueden. Hay que darles por fin la oportunidad de llenar toda la línea, de margen a margen a pleno pulmón, ahora que ya todo ha terminado, o que ya todo da igual"
El autor utiliza un estilo tan depurado, elegante y poético que resulta musical y bellísimo para la vista, de hecho uno de los personajes habla en rima, y una de las protagonistas pone siempre el verbo al final de la frase, lo que automáticamente nos llevará a recordar al famoso Jedi verdoso de orejas puntiagudas pero, en este caso, la cosa se torna más seria, y este efecto no solo dota de poesía al conjunto sino que lo integra en el contexto geográfico narrativo.
Un contexto geográfico casi mágico pues, escondido en medio de una Polonia ocupada, con vías de tren que lo conducen a las ciudades importantes, Tworki se yergue incólume como un paraíso apartado. Como un bastión que resiste al invasor intentado salvaguardar el estilo de vida, o quizás, se trata de un ghetto al que se aparta premeditadamente para que los individuos del interior no se mezclen con los del exterior.
Individuos reconocibles por los nombres que comparten con personajes famosos. Todos ellos locos; pero locos con alma, con vida que aportan contenido, ilusión, esperanza y alegría a un mundo que, fuera de los muros que los contiene, está más loco que ellos.
Y de esta forma, no leemos una sola historia sino muchas, pues están las historias de los pacientes, las de los trabajadores, las de los amigos que visitan el manicomio y, de fondo, las del mundo tras los muros.
Un mundo exterior en una guerra cruenta que Bienczyk trata de mostrarnos soterradamente. El autor deja continuas alusiones e indirectas a lo que acontece y acontecerá afuera, dejando claro que en el interior se oculta un mundo utópico que lo diferencia del infierno tras él. Notas de autor, he de decir claramente, que no he podido disfrutar ni discernir como debiera pues no conozco en demasía la historia de Polonia, y probablemente resultará mucho más claro y triste para sus compatriotas.
Así nos encontramos con la alegría de la locura interna; con la locura alegre de la guerra de un maniaco; con un cuento de amor; con una historia de crecimiento personal y desamor; con la tristeza del amor no correspondido; con la pena arrolladora de la muerte de un ser querido. Una novela esperanzadora y muy triste a la vez, melancólica a grado sumo, pero que también ha de servir como homenaje a las víctimas de la Gran Guerra, y como advertencia para no olvidar.

Esta novela es todo eso y mucho más. Pero también es una historia difícil de leer. Una novela a la que hay que entresacar todo lo que he contado, y lo que no. Una novela compleja en la que es difícil entrar pero de la que también lo es salir.
Pese a la belleza de la prosa hubo muchos momentos que me costó seguir. En los que me era difícil concentrarme y saber que era lo que estaba leyendo, que tenía que ver eso con la página anterior. Por eso digo que resulta agridulce y me resulta muy difícil recomendarla, no por que no me haya gustado, sino por temor al "vaya truño de libro que me has recomendado, macho".

Algo parecido me ha pasado con el vino pero, como he dicho creo que se trata de algo puntual.
El vino elegido fue Laya (5€), añada 2014, de Bodegas Atalaya y D. O. Almansa. Un vino de padres con pedigrí para un libro que creo de gran altura.
Sólo con ver el porcentaje de alcohol, 14,5% ya se intuye la potencia del vino, si además le añadimos el coupage formado por las variedades de uva garnacha tintorera y monastrell, no se hable más. 
Presenta una apariencia cereza, rubí brillante, con un ribete frambuesa cristalino y una densa lágrima.
El primer trago fue potente, untuoso. Pero también fresco, con un toque balsámico y el sabor de la fruta fresca, arándanos, moras, ciruelas. Los suaves taninos dejaban la bocas sedosa, pero dulce y con un toque a cítricos que mezclado con cierto toque chispeante y ácido me dio la sensación de vino picado. Esta simple copa me chafó la impresión de la botella entera, pero fue el típico error de novato al efectuar la cata de la primera copa, pues las sucesivas copas fueron mejorando paulatinamente al oxigenarse, lo que me indica (o quiero creer, pues ya he comprado otra botella para confirmarlo) que el gusto a picado provenía de la reducción en botella del vino. Ese sabor característico a alcohol "sulfatado" del vino al permanecer mucho tiempo en una botella cerrada y no darle tiempo a coger oxígeno.
A partir de la 2ª y 3ª copa empecé a notar el toque final a cacao amargo tan característico de la garnacha tintorera. Bueno, yo creo que es característico porque en los 3 ó 4 vinos que he probado de esta variedad de uva siempre he apreciado este toque, aunque cada día estoy más convencido de que esto de los vinos es un tema con un porcentaje altísimo de subjetividad y gusto personal y, tal vez, como a mi me encanta el toque a cacao amargo, sea mi inconsciente el que me dice que está ahí, en lugar de estar de verdad.

En fin, os animo a probarlo pese a mi experiencia no tan buena. En cuanto al libro, os lo recomiendo con reservas, dadle un tiento, y a ver que pasa.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...